Escritora de cuentos, poesías con imágenes


CIEN MIL AVES

“Cien mil aves, para hacer dos alas.
Se protegen durante el vuelo…y llegan”

Patricia Hart
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!JAMÁS ME ABURRO!

A donde voy,
me llevo conmigo.

Patricia Hart
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TIEMPO
de Patricia Hart
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"Soy, lo que soy ahora,
Más lo que fui ayer,
Más lo que en adelante,
Me queda por hacer"

Estribillo de la Canción "Tiempo" del espectáculo "Sabores del Alma" Letra y Música: Patricia Hart







LABERINTO CITADINO


Quizás, algunos pensamientos,
Estén atrapados en el laberinto de nuestro cerebro,
¿Los sorprenderá Teseo con su espada?
¿Aguardamos, como Asterión, el minotauro de Borges, que los libere?
¿Dejamos que se deslicen por las circunvoluciones cerebrales?

Es probable que en ese movimiento, muden de forma y encuentren la salida.
  
Patricia Hart

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PROHIBICIONES PARA COMPORTARSE BIEN CON UNO MISMO

“Prohibido hacerse el distraído ante la propia presencia, fingirse ausente, aun frente al espejo, o llamarse y no responder,”



Patricia Hart
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PROHIBICIONES PARA COMPORTARSE BIEN CON UNO MISMO

“Prohibido no contestarse cuando uno se llama por teléfono, o no buscarse, para no atenderse sobre los problemas angustiantes que inevitablemente uno padece.”



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UN POCO DE HUMOR

Estando afuera, he llamado por teléfono a casa 
preguntando por mí, como he sido yo quien atendió, 
no he sabido qué cosa decirme.


Patricia Hart
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EL PATIO
De Patricia Hart
De la serie,  “Cuentos de hermanos”
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EL PATIO, cuento de Patricia Hart, de la  Serie "Cuentos de Hermanos"

Con mis hermanos nos pasábamos las tardes jugando en el patio. Cuando andábamos en bicicleta o en patines nos resultaba chico, porque sus  dimensiones sólo nos permitían andar en círculos muy cerrados y nos mareábamos. Pero cuando lo transformábamos como escenario para jugar al teatro o dibujábamos una rayuela, el patio se nos hacía muy grande.
Durante los veranos, los días de mucho calor, conectábamos la manguera y nos refrescábamos.  Un día, a mi hermano Guillermo, que era un año mayor que yo y andaba por los once, se le ocurrió que el patio era una pista de patinaje sobre hielo.
Cinco de los siete hermanos que éramos en ese momento aprovechamos la hora de la siesta para hacer realidad esa fantasía.
Entonces, algunos nos escurrimos silenciosos hasta el lavadero del entrepiso y bajamos provistos con panes de jabón Federal.
Nos empeñamos entre todos en producir mucha espuma, cosa que nos resultó bastante difícil porque como el agua corría permanentemente, el jabón desaparecía con rapidez. Tampoco nos dio resultado cerrar la canilla, ya que entre el declive del patio y el calor del ambiente que evaporaba el agua, nos quedaban siempre baldosas secas que frenaban nuestro deslizamiento y nos raspaban la piel.
Todos estos inconvenientes nos obligaron a redoblar los esfuerzos.
Aunque Guillermo elaboró el sistema de enjabonado y yo me encargué de distribuir los sectores, los momentos en que logramos tener una pista más o menos aceptable para deslizarnos resultaron muy cortos.  ¡Pero gloriosos!
De panza. De cola. De espaldas. Giros y rodar. Descubrimos las posturas aerodinámicas que nos permitían desarrollar recorridos más extensos y por más tiempo. Armamos competencias para ver quien hacía el trayecto más largo. Nos transportamos unos a otros de las manos o de los pies. Esto era la delicia de los más chiquitos. Yo los tomaba de las manos, ellos relajaban sus cuerpitos y se dejaban llevar por el patio resbaloso en lo que llamé “la vuelta al mundo”.
Me complacía protegerlos, inventar juegos y hacerlos reír. Se sentían seguros y aunque yo no supiese en ese entonces que la palabra plenitud definía el estado emocional que experimentaba, tenía conciencia que era lo más cercano a la felicidad.  
Siempre manifesté un especial interés por el bienestar de los otros.  Observar para mí, ya era un juego. Seguramente estas características me condicionaron para ser la actriz y maestra que luego sería de grande.

Una navidad, el patio nos recibió con una piletita de lona. Era verde con los asientos amarillos en las esquinas,
En la pileta hacíamos competencias de aguantar la respiración debajo 
 del agua.
-¡Preparado! ¡Listo! ¡Ya!-. Con esta voz de mando iniciábamos el 
juego y el que competía, tomaba una bocanada de aire, se tapaba la nariz con los dedos y metía la cabeza adentro del agua. El pelo le quedaba flotando
Medíamos el tiempo contando fuerte para que el que estuviese sumergido nos oyera. Pero todo era relativo, porque la velocidad del conteo variaba según quién queríamos que ganase.
Como el que estaba abajo se daba cuenta si le contábamos muy lento, sacaba la cabeza del agua y a los gritos protestaba diciendo:
-          ¡Están haciendo trampa!-.
-          No. ¿Por qué?-.
-          Porque están contando más lento-.
-          No nene, lo que pasa es que cuando estás abajo, el agua te tapa los oídos y la voz tarda más en llegar-.
El ponernos de acuerdo con respecto a quien era el ganador nos llevaba bastante tiempo y era motivo de peleas interminables. Las alianzas que armábamos con unos u otros hermanos eran provisorias y respondían a caprichosas circunstancias.

Nos llamaba la atención el modo en que nuestros dedos se arrugaban por la exposición prolongada en el agua o cuando los labios se nos ponían morados por el frío. El asunto es que con tal de seguir jugando nos aguantábamos cualquier sensación desagradable. Sólo parábamos para tomar la leche, envueltos en toallas y tiritando de frío. Envolver a alguno de mis hermanos pequeños y aprisionar su cuerpito contra el mío para darle calor, me resultaba delicioso. Los llevaba alzados de un lado para otro. Así dejaban de temblar. Se abandonaban a mi abrazo y sonreían.
Después mamá bajaba para hacernos la merienda. Era un momento sublime.
Todavía tengo en el paladar el sabor de la leche en polvo con cacao mezclado en la licuadora. Salía con una espuma espesa con textura de crema de chocolate. Una exquisitez. Éramos tantos, que en una merienda podíamos consumir dos paquetes de manteca con dos kilos de galletitas o pan. Eso sin considerar que el salame corría con generosidad. Nuestros sándwiches eran conocidos por todos nuestros amigos.
Papá compraba la pieza entera y la colgaba en un gancho de la cocina. Cortábamos rodajas con la cuchilla, del grosor que más nos gustase y la poníamos en los pancitos crocantes.
Ocupados en reponer fuerzas, se instalaban silencios esporádicos que yo veía. Están impresos con nitidez en mi alma. La niña que fui no sabía que la palabra nostalgia nombraba ese sentimiento.
Miraba la parra del patio, llena de racimos de uva chinche, verdes todavía.  Antes de que mamá se llevara a los más chiquitos para vestirlos alcancé a preguntarle:
-¿Cuánto falta para que maduren? -.
Me dijo: -Veinte días, más o  menos-.
Pensé, ¿tanto falta?
Entonces, como dándome tiempo para acomodar el desconcierto, fui hasta el jazminero y armé un ramo para la fuente de plata.

Sobre el fin del verano mamá nos dijo: -Vamos chicos, todos, a desarmar la pileta-.
Pensé, ¿tan pronto?
Cuando terminamos de secar y doblar la lona y barrimos las hojas, ya secas de la parra, el patio dejó de ser chico o grande y adoptó las dimensiones del otoño.

Y lloré.

El paso del tiempo es algo tan…extraño.



ESCRIBIR, ESCRIBIR, ESCRIBIR
De Patricia Hart

Y de lo que nos pase adentro se creará lo que nos pase afuera.

Y las palabras se encargarán de contarlo.

Y las descubriremos en el alma.

Y las leeremos en los libros.

Y las dejaremos volar.

Libres.

Taller de Teatro y Escritura para Niños con Patricia Hart
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